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miércoles, 3 de junio de 2009

EL INCONSCIENTE MENTAL



Inconsciente es toda actividad de la que no somos plenamente conscientes.

A partir de Freud, tendemos a imaginar el inconsciente como una especie de sótano donde guardamos los deseos primarios. Cuando falla la represión, ese inconsciente se manifiesta través de lapsus, sueños, chistes, fantasías y síntomas más o menos neuróticos. Esta visión presupone la existencia de una lucha interior constante contra la irrupción de algo socialmente rechazado: el deseo. Podíamos llamarlo “inconsciente psicológico

Pero hay “otros inconscientes”. El más evidente es el “inconsciente orgánico y neurológico”. Nuestro cuerpo y nuestro sistema nervioso están en permanente actividad. Es tan compleja esta actividad orgánica, que mejor que se realice automáticamente, pues si dependiera de nuestra decisión consciente sería imposible la mera supervivencia.

Pero además del inconsciente psicológico-social, y el orgánico-neurológico, existe otro inconsciente, para mí mucho más importante, el mental.

Podemos decir que tenemos un inconsciente orgánico, que mantiene la vida, directamente determinado por nuestra naturaleza física y química.
Sobre ese inconsciente se construye el inconsciente psicológico, fruto de nuestra socialización, que obliga a la represión de los impulsos primarios.
Pero luego aparece el inconsciente mental, que está relacionado con el automatismo de los procesos mentales, y constituido por una actividad cerebral constante, o sea, por palabras e imágenes.

La mayor parte de nuestra actividad mental es inconsciente. Se vuelve consciente cuando enfocamos en ella nuestra atención. La atención ilumina aquello a lo que se dirige y deja en la sombra el resto. No hay posibilidad de enfocar toda nuestra actividad mental inconsciente.

Una característica básica de este inconsciente mental es que trabaja con imágenes del pasado y prefiguraciones del futuro. Nunca está en el presente. Elabora un diálogo interno permanente entre las imágenes de la memoria y las imágenes del futuro: el lenguaje trata de poner orden en ese caos de imágenes, les da un sentido y las convierte en “órdenes mentales”. Es aquí a donde yo quería llegar.

El inconsciente mental es un “dictador”, una voz interna que da “órdenes” a nuestro cuerpo, quien no tiene más remedio que “obedecer”. Nuestro cuerpo obedece las órdenes de nuestro cerebro “al pie de la letra”, porque no tiene capacidad para analizarlas ni juzgarlas.

La conclusión es clara: cuida tus pensamientos inconscientes (fruto de ese diálogo interno constante entre imágenes del pasado y del futuro). Si tu diálogo interno inconsciente es repetitivo, negativo, pesimista, catastrofista, tu cuerpo acabará obedeciendo y, en contra de su tendencia natural hacia la vida y la salud, reproducirá las imágenes y órdenes que recibe.

Pero tenemos un instrumento para liberarnos de esta “tiranía”: la atención. La atención es nuestro mayor poder.

La atención no es un esfuerzo voluntarista, sino una presión sostenida, fluida, capaz de enfocarse e iluminar nuestra actividad mental inconsciente y transformarla en conciencia.

La atención se dirige con los ojos. El primer requisito de una atención consciente es una profunda relajación de los ojos y la mirada. Es el ojo izquierdo el que “toma las riendas”: lo que él ve adquiere mayor presencia, se pone en primer plano. Se activa así el hemisferio derecho y se aquieta el izquierdo, el farfulleo y siseo de las palabras, el diálogo interno. El presente se hace presente. El cuerpo se libera de la vigilancia obsesiva del dictador inconsciente. Cambia la respiración. Vuelve la confianza en la vida. Se libera el inconsciente orgánico, se afloja la presión y la represión de los impulsos primarios (el inconsciente freudiano) y el inconsciente mental deja de imponernos sus órdenes.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola de nuevo. Aquí el actor. ¿Practicas budismo? Tu análisis parece muy impregnado de la experiencia de la meditación. ¿Tal vez zen?
En todo caso suscribo tu reflexión.
Saludos

Unknown dijo...

"Diálogo interno constante entre imágenes del pasado y del futuro"

No estoy de acuerdo con esta idea. El futuro no existe, está por hacerse, por inventarse, por pasar... Creo más en el diálogo entre el presente infinito y el pasado, ese pasado que nos regala con su experiencia en el presente, este presente infinito que no termina, ya que cuando lo hace, engrosa más el pasado.

Gloria

P.D. Te puedo pedir un favor?
Si te apetece, escribe algo diferenciando lo siguiente: creer, pensar y saber. Gracias.

Anónimo dijo...

interesante ,
ahora esta pregunta, es posible si cierta cantidad de personas inconcientemente se enfocan en ciertos nuemeros estos tiendan si o si a manifestarse en diversos eventos?

Santiago Trancón Pérez dijo...

Aclaro: no practico budismo ni zen, pero esas filosofías prácticas están hoy muy presentes en cualquier propósito de elevación de la conciencia y el pensamiento; también en mí, claro.

Para la pregunta de Gloria:sí podemos distinguir entre creer, pensar y saber. Creer es aceptar una idea o pensamiento por rutina, por necesidad o por fanatismo. Las creencias son inevitables, pero hay que someterlas a un análisis racional, porque la mayoría no sirven para casi nada, salvo para sostener prejuicios. Pensar supone tomar conciencia del propio pensamiento y preguntarse por su significado, sentido y fundamento. El saber ya es la adquisición de un conocimiento de forma duradera. Hay mucho saber inútil, aunque se diga que no ocupa lugar. Me gusta saber aquello que me da vida, que me ayuda a tomar una mayor conciencia del misterio del mundo y qué hago yo en medio de él.

El tema de la mente social no lo he estudiado mucho, pero es cierto que existe y que funciona, como diría Castaneda, como "un anillo de poder" que presiona para que aceptemos el pensamiento común. Tiene poder, pero no en el sentido ese tan directo de que un conjunto de personas si piensan tal... pues eso ocurre. Ahí ya no llego.