No podemos definir el tiempo.
No sabemos si es un hecho objetivo o
sólo una construcción mental.
No hay modo de separarlo de nosotros
mismos.
Lo concebimos, sin embargo, como algo
objetivo, un hecho evidente que damos por supuesto.
El tiempo es algo que ocurre ahí fuera
y sucede de modo absoluto e irremediable, al margen de nuestra
voluntad.
El tiempo es algo que pasa, algo que
transcurre y se va de modo inevitable.
Para hacerlo más objetivo, lo medimos
y contamos.
Medimos y contamos el paso del tiempo
como si fuera un objeto en movimiento.
Al darle continuidad le damos duración.
El tiempo es inseparable del espacio.
Sólo podemos entenderlo con relación al espacio.
El tiempo es lo que un objeto tarda en
recorrer un espacio.
Pero pasa lo mismo con el espacio. El
espacio es aquello que se tarda un tiempo en recorrer.
No se puede definir lo uno sin lo otro.
El tiempo es relativo al espacio y el espacio al tiempo.
Nuestra mente no puede funcionar sin la
idea de tiempo y espacio.
Todo lo que podemos pensar e imaginar
está encerrado y limitado por esos dos conceptos.
Para nosotros el mundo es todo aquello
que se puede localizar en un espacio y que está sometido al paso del
tiempo.
El paso del tiempo hace que todo
cambie, y no hay cambio sin destrucción o desaparición de algo.
La idea del espacio y el tiempo la
construimos a partir de la experiencia de nuestro propio cuerpo.
Nuestro cuerpo ocupa un lugar en el espacio, se mueve y desplaza a
través de él, y está cambiando constantemente.
Experimentamos que con el transcurso
del tiempo se produce inevitablemente un deterioro de la fuerza, la
salud y las habilidades físicas, hasta conducir a un final
ineludible: nuestra propia muerte. La flecha del tiempo, por lo
tanto, va en un sentido y no tenemos modo alguno de pararla ni de
invertir su dirección.
Nace de aquí nuestra idea del tiempo
como pasado, presente y futuro.
El presente es lo que sucede en cada
momento, por oposición a lo que ya ha pasado o lo que todavía no ha
sucedido.
Pero el presente es inaprehensible,
porque para poder pensarlo tiene que haber sucedido.
Siempre estamos un instante por detrás
del presente.
El tiempo es, por tanto, aquello que ha
desaparecido o que todavía no ha llegado a suceder.
Como no podemos pararlo, todo es, o
pasado, o futuro.
Descubrimos así el carácter
totalmente subjetivo del tiempo.
El tiempo para nosotros no es más que
un pensamiento.
Sostenemos el tiempo con nuestro
pensamiento.
Aquí es donde podemos introducir una
idea nueva: la de distinguir el ahora y el presente.
El ahora es lo que acaba de suceder, lo
que sucede y lo que está a punto de suceder.
El ahora es el pasado, el presente y el
futuro reunidos en la conciencia.
Nuestra conciencia puede superar esa
idea del tiempo como pasado, presente y futuro separados.
El ahora es mucho más que el presente.
El presente es reducir el tiempo y la
realidad a lo que está sucediendo en cada momento.
Vivir sólo en el presente es luchar
inútilmente contra el paso del tiempo.
Dejarse absorber sólo por el presente
es huir del pasado y temer al futuro.
El ahora es mucho más.
El ahora acepta y reconoce que el
pasado sigue en el presente y que el futuro ya está en el presente.
Pero el ahora, además, incorpora el
espacio al tiempo.
El ahora acepta y reconoce que vivimos
en un espacio, que estamos en un lugar concreto y limitados por él.
Las tres dimensiones del espacio se
relacionan con las tres dimensiones del tiempo.
El ancho es el presente, el largo el
futuro y el alto el pasado.
Estamos en el pasado, el presente y el
futuro a la vez, del mismo modo estamos en un espacio ancho, alto y
largo.
Vivir aquí y ahora es un intento de
reunir la totalidad de lo que somos.
No se trata de huir del espacio en que
vivimos ni de luchar contra el paso del tiempo, sino de intensificar
nuestra vida aceptando el misterio de nuestra propia existencia, ese
estar aquí y ahora haciendo lo que hago y pensando lo que pienso.
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