La
larga presencia hebrea en España es un fenómeno singular al que no se ha dado
suficiente importancia, tanto con relación a la historia del pueblo judío como
a la historia y la cultura española. Dejando de lado las alusiones bíblicas a
Sefarad y Tarsis (lo que indicaría una presencia judía en la Península Ibérica
varios siglos antes de nuestra era), hay un dato histórico de especial
relevancia. Me refiero al Concilio de Elvira (cerca de Granada) de comienzos
del siglo IV, el primer concilio de la Iglesia Católica Hispana, en el que se
establecieron cuatro cánones expresamente dirigidos contra los judíos:
prohibición de matrimonios, uniones y relaciones sexuales entre judíos y
cristianas (y cristianos y judías); prohibición de que los judíos bendigan los
frutos y las tierras propiedad de los cristianos; prohibición de que cristianos
y judíos se sienten en la misma mesa, y
excomunión de cinco años al cristiano que cometa adulterio con una mujer judía.
(Sambenito de Andrés Duarte Coronel,
condenado por hereje judaizante, reconciliado y relajado en el año 1619. La foto la tomé en el Museo Diocesano de Tuy)
El establecimiento de estos cánones (con independencia de
su incierta cronología) nos está indicando “que los judíos eran muchos e
importantes, y que tenían mucho trato e influencia sobre los cristianos”
(J.M.Blázquez). La justificación de estas prohibiciones va a ser la misma que
se repita a lo largo de los siglos hasta la expulsión de 1492: impedir la
influencia de los judíos sobre los cristianos. ¿Miedo al otro, miedo a su
superioridad moral, miedo al “contagio”, a la atracción que pudiera ejercer su
modo de pensar, de creer y de vivir?
Mi investigación sobre el fenómeno judeoconverso trata de
comprender los mecanismos psicológicos, culturales y mentales, que se ocultan
detrás de los sucesos históricos visibles. En el III Concilio de Toledo (589), por
ejemplo, se prohibió de nuevo el matrimonio entre cristianos y judíos, a la vez
que se impedía a los hebreos la ocupación de cargos públicos. Estos sucesivos intentos de segregación parece
que no lograban nunca su propósito. ¿Por qué?
Junto a este rasgo psicológico (atracción/rechazo), que
está en la base de la relación entre judíos/no judíos, me interesa resaltar
otro elemento extraño: la voluntad de permanencia del pueblo judío en la
Península Ibérica. La presencia de los judíos en Sefarad es algo que va más allá
del asentamiento de unos cuantos grupos o individuos. Es como si, especialmente
a partir de la destrucción del Segundo Templo (70 de n.e.), los judíos hubieran
considerado a Sefarad como sustituto simbólico y geográfico de la Tierra de
Israel. No se entiende de otro modo su determinación de permanecer en la
Península a pesar del cúmulo de obstáculos, persecuciones y muertes sufridas a
lo largo de los siglos (recordemos que mucho antes de 1492, ya Sisebuto decretó
en el 616 la expulsión masiva de los judíos que no se convirtieran al
cristianismo; y que luego Ervigio impuso la conversión forzosa). Resulta
insatisfactoria una explicación basada en factores meramente económicos,
comerciales o de supervivencia.
Lo cierto, y llamativo, es que durante muchos siglos, hasta
su expulsión de España y Portugal, más de la mitad de la población judía vivió
en nuestra Península. No estuvo perdida en una Diáspora imprecisa, sino
asentada en una ámbito geográfico y cultural concreto. De él recibieron una
influencia importante y en él desarrollaron y proyectaron a su vez su talento,
trabajo y creatividad. Este hecho forma parte de la historia del pueblo judío.
La aportación de los hispanojudíos medievales y de los conversos al desarrollo
de la cultura judía en todos los ámbitos, desde la medicina a la literatura,
del pensamiento a la ciencia, de los estudios talmúdicos a la Cábala, es un
hecho que no puede limitarse a la llamada “cultura sefardí”. Tampoco puede
entenderse la cultura y el pensamiento español sin su contribución esencial,
empezando por la dignificación y desarrollo del romance castellano como lengua
de ciencia, cultura y derecho, en sustitución del latín (a lo que contribuyó
decisivamente la Escuela de Traductores de Toledo impulsada por judíos). No
olvidemos que el latín era la lengua del poder de la Iglesia.
Para bien y para mal, nos topamos con la presencia de
hispanojudíos y conversos a lo largo de casi cinco siglos (del XII al XVII) en
los ámbitos más determinantes de la sociedad: cultural, religioso, económico y
político. Digo para bien y para mal, porque no podemos olvidar la contribución
de un converso como Tomás de Torquemada, principal impulsor de la Inquisición,
a la tarea de erradicar de España el judaísmo, así como a Pablo de Santa María
(Salomon Ha-Leví, antiguo rabino), a su hijo Alonso de Cartagena, a Alfonso de
Valladolid o a Alonso de Espina, conversos antijudíos que escribieron tremendos
tratados para rebatir el judaísmo.
Cuando hablo de judeoconversos incluyo también a estos
renegados que pusieron todo su empeño en atacar al judaísmo. Todavía no se ha
estudiado la presencia y la influencia de los judeoconversos en la Iglesia
Católica Hispana. ¿Hasta qué punto el cristianismo es una perversión del
judaísmo? ¿Hasta qué punto el catolicismo intransigente de Trento se asentó
sobre ciertas tendencias rabínicas? Tenemos que hacernos todavía muchas
preguntas. No todas las aportaciones judías al catolicismo fueron iguales.
Basta pensar en Teresa de Jesús, Miguel de Molinos o Juan de la Cruz, pero
también en el Padre Las Casas, Francisco de Vitoria, Juan de Ávila o Fray
Hernando de Talavera, confesor de la reina Isabel la Católica, que defendió a
los conversos y acabó siendo acusado por la Inquisición.
Acabamos de conocer la muerte del cardenal Jean Marie
Lustiger, un judío cuyos padres perecieron en Auschwitz. Tenía 13 años cuando
se convirtió al catolicismo para escapar de los nazis; cuando estaba a punto de
volver al judaísmo fue nombrado obispo y decidió seguir dentro de la Iglesia,
pero nunca dejo de considerarse judío: “Decir que no soy judío es como negar a
mi padre y a mi madre, mis abuelos y abuelas”. En el funeral de París se empezó
cantando el kaddish. Su caso nos recuerda a otros obispos españoles del siglo XV y XVI.
No se trata de considerar a todos los judeoconversos por
igual. No es lo mismo un renegado o un malsín que un criptojudío. La mayoría, los b’nei anusim,
son sin duda el grupo más importante y el que despierta nuestra simpatía, pero
no hemos de caer en la tentación simplista de considerarlos a todos criptojudíos.
A Cervantes, por ejemplo, se le ha hecho hasta “criptocabalista”. Ni es
necesario para comprender y valorar su obra, ni tampoco tenemos ningún dato que
lo justifique.
(Delante de la entrada de la antigua sinagoga de Turégano, hoy desaparecida. Agosto 2015)
Hoy se está dando gran importancia a las huellas físicas de
la presencia judía en España: restos de sinagogas, mikvaot, casas, barrios,
cementerios… Es una tarea admirable y necesaria, pero creo que lo es aún más la
recuperación documental, literaria, hist
órica y cultural de los judeoconversos.
El motivo es que estas huellas invisibles son mucho más decisivas e influyentes
de lo que superficialmente pudiéramos considerar. Se trata de una historia
oculta, una corriente poderosa que hoy quiere salir a la luz porque somos
muchos los españoles que queremos enfrentarnos a ese pasado y comprender mejor
nuestra historia y nuestro propio modo de pensar y sentir.
El miedo, por ejemplo, es un sentimiento que lleva a la
prevención, la desconfianza y la sospecha, que crea una actitud que resulta
difícil de explicar a quienes no han vivido en familias en las que ese miedo
difuso se remonta a muchos siglos atrás. Los judíos de hoy sí pueden comprendernos.
Un efecto, todavía hoy observable, es el hecho de que las casas en España
siempre están protegidas de la mirada exterior. Todas las ventanas tienen
persianas y visillos: se puede ver hacia fuera, pero no al revés. Tampoco los
españoles somos hoy muy dados a invitar a cualquiera a nuestras casas. Quizás como
compensación de esta reserva, los españoles hacemos gala de espontaneidad y
sinceridad: es la otra cara del fenómeno. Como la valentía o la osadía, tan
española, que muchas veces no es otra cosa que desafío a la autoridad, reacción
en contra del rechazo o la exclusión, algo a lo que tuvieron que enfrentarse
los judeoconversos.
Podríamos seguir hablando de muchas otras cosas, pero con
lo expuesto creo que es suficiente para llamar la atención sobre una
investigación pendiente. No se trata, como algunos han insinuado, de que los
descendientes de conversos queramos ser reconocidos oficialmente como judíos,
algo que a la mayoría ni nos interesa ni nos preocupa. Es algo distinto y más
importante (y no sólo para nosotros).
http://www.aurora-israel.co.il/articulos/israel/Mundo_Judio/66877/
http://www.aurora-israel.co.il/articulos/israel/Mundo_Judio/66877/