http://www.cronicaglobal.com/es/notices/2015/10/elogio-del-miedo-26652.php
El miedo tiene muy
mala prensa. Sentir miedo se identifica con debilidad y cobardía, pero son
sentimientos muy distintos. El miedo es natural, y no conduce necesariamente a
la cobardía; puede provocar, por el contrario, la valentía. El tener miedo es
un recurso evolutivo imprescindible para la supervivencia. Es una alarma que
nos alerta del peligro.
Para dominar el
miedo hay que distinguir entre miedos reales y miedos imaginarios. Los dos
pueden ser igualmente dañinos si provocan reacciones desproporcionadas de
ataque, huida, pánico o parálisis. De aquí la importancia de objetivar el
miedo, valorarlo y controlarlo adecuadamente.
El miedo es una
poderosa arma política: tiene gran capacidad de influencia en la creación de
estados de opinión, que son también estados de ánimo. Precisamente porque es
poderoso, es muy difícil usar políticamente el miedo de modo correcto. ¿Es
aceptable el uso del miedo en una sociedad democrática?
Cuando una sociedad
democrática llega a una situación en la que es la convivencia y el orden social
lo que se pone en juego, alertar de los peligros no sólo es necesario, sino
obligatorio. Es lo que está sucediendo hoy en Cataluña. No hace falta
inventarse nada, alentar miedos imaginarios. Que una Cataluña independiente
saldría automáticamente de la UE, de la OTAN, de la ONU y de otros organismos
internacionales, eso no es inventarse nada, sino alertar de un peligro real. Lo
mismo podríamos decir del futuro de las pensiones, la exclusión del Barça de la
Liga, el hundimiento del comercio con España, el riesgo de impago de la deuda, la
deslocalización de empresas y bancos, la huida de capitales e inversiones
extranjeras, la desprotección ante el terrorismo, la imposible defensa de las
fronteras, etc.
Hablar de todo esto
no sólo es políticamente legítimo, sino democráticamente necesario. No hacerlo
por miedo a la reacción de los independentistas, es un buen ejemplo de lo que
no se debe hacer: sucumbir al miedo. Claro está que hay que hacerlo con objetividad,
sin aspavientos ni añadidos innecesarios. Nunca es tarde, pero la precipitación
con que el PP y los empresarios han intentado alertar a los catalanes sobre los
peligros del independentismo (después de años de silencio y complicidad), es
una muestra de ceguera, oportunismo y cobardía que ha tenido una peligrosa
consecuencia: que muchos catalanes no sólo no les han creído, sino que su
alarmismo les ha servido para elevar su épica de heroica resistencia.
Despreciar el
miedo, los peligros reales, es una patología individual y socialmente tan
perniciosa como su contraria. El independentismo catalán parece propenso a los
delirios de grandeza y omnipotencia, cuyo síntoma más evidente es el desprecio
de los peligros reales que acarrea una independencia basada en la ruptura y el
desprecio al orden democrático, la desobediencia y la imposición estalinista de
un “nuevo orden anticapitalista”. Parece que esta hoja de ruta empieza a
alertar a la mayoría “moderada” del independentismo que quisiera lograr su objetivo
sin estridencias, ocultando todos los desgarros. Ya no se trata de rechazar a
la miserable España, sino de saber qué Cataluña es la que se les viene encima.
A lo mejor pasan del rencor y el odio a España al miedo a una República
Catalana Anticapitalista al estilo de Kim Yong-un.
Sí, el miedo es
necesario. El argumento del miedo es democráticamente legítimo y necesario.
Sólo el principio de realidad nos salva de los delirios y las aventuras
temerarias. Si, por torpeza y ansiedad, somos incapaces de objetivar el miedo y
usarlo para tomar conciencia de los peligros reales que acechan a la sociedad
catalana y española, habremos perdido el último recurso con el que una
democracia se salva a sí misma: el miedo a su propia desaparición.
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