Nuestro
sentido de la realidad es muy limitado. Sólo el tacto nos proporciona alguna
certeza sobre la consistencia del mundo. Pero el tacto es burdo, no percibe el
movimiento, y apenas diferencia los estados, formas y elementos de la materia.
Necesita de la vista para construir el mundo. Pero la vista es también muy poco
de fiar. Sólo crea imágenes, o sea, realidades imaginarias. Lo que vemos,
además, no es más que una interpretación: nada es tal y como lo vemos. El
color, por ejemplo, no está en las cosas, sino en nuestro cerebro. Y así todo.
La materia es un conglomerado de partículas en permanente
agitación. Casi todo en ella es vacío. No percibimos la energía que mantiene
unidas a esas partículas invisibles (la gravedad o la fuerza electromagnética,
por ejemplo). Tenemos que fiarnos necesariamente de nuestro cerebro, más que de
nuestros sentidos. Como todo acaba construyéndose en él, es ahí donde debemos
fijar más nuestra atención si queremos aprender a movernos por el mundo. Al
final, lo que más nos determina y condiciona son nuestros propios pensamientos.
Pero el pensamiento es también muy limitado. Construye
conceptos e ideas para dar permanencia a la realidad y asegurar así nuestra
supervivencia, pero es incapaz de comprender la mayor parte de lo que vemos,
hacemos o vivimos. Allí donde el pensamiento racional no llega, surgen las
creencias para cubrir el vacío. Nada nos asusta más que no encontrar un sentido
o una explicación a lo que sucede a nuestro alrededor.
Pero hay creencias raciones y creencias irracionales. Aquel
que no es consciente de sus creencias, quien no las somete constantemente a
análisis, cae presa de su fuerza irracional. Las creencias son como el cemento:
tienden a volverse pétreas. Las creencias más peligrosas son las religiosas.
Miren a esa familia rezando durante un mes ante el cadáver de su hijo esperando
a que resucite, o a ese hijo que ejecuta a su madre con un tiro de kalashnikov ante
una multitud porque así se lo exige su fe y su adhesión al grupo que la
profesa.
Pero igualmente perniciosas son las creencias políticas. Lo
peor de esta fe laica es que los creyentes no son conscientes de ella, piensan
que son sólo ideas, y muy racionales. Por eso no se paran ni un minuto a
ponerlas en duda. Todavía hay quien, por ejemplo, cree que la CUP encarna la esencia
de la revolución pendiente, incluso después del espectáculo de política basura
que nos han ofrecido. O que eso de la autodeterminación es un derecho del
pueblo catalán, aunque suponga atropellar los derechos democráticos de la
mayoría, incluidos los catalanes. La izquierda tiene una peligrosa tendencia al
dogma y la creencia ciega. Lo justifica con una autoatribuida superioridad
moral que lleva a disparates como ése de las tres magas falleras o la birria de
reyes magos carmelanos. No se atreve a
pensar o poner en duda sus creencias políticas y sociales, tirándolas al
muladar si es necesario.
Lo dicho, cuídate de tus creencias, ¡que son tus peores enemigos!
http://www.lanuevacronica.com/cuidado-con-tus-creencias
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