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martes, 31 de mayo de 2016

MISTERIOS DEL ADN

(Foto: A.T Galisteo)
Han descubierto que el ADN tiene capacidades telepáticas. Secuencias análogas de nucleótidos se comunican entre sí sin contacto físico. Estudiar el ADN es adentrarnos en el mundo cuántico, o sea, el de la realidad invisible, la de las partículas subatómicas. No podemos verlas, pero sí descubrir las huellas de su paso fugaz. Un ADN puede detectar a otro ADN, reconocerlo como similar y activar entonces un “impulso” o una “vibración” que les lleve a ambos a reunirse y combinarse entre s ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽ y combinarse entre ssoADN, reconocerlo como similar y enalgo viduos de la misma especie.í. Se produce una resonancia celular que activa patrones compartidos. A lo mejor aquí reside el secreto del amor.
Hablan estos científicos de “resonancia mórfica”, o sea, de una vibración sincronizada de campos morfogenéticos. Estos campos no están en ningún lugar, no ocupan ningún espacio, son sólo patrones de información, información cuántica, carpetas comprimidas de un superordenador o supercerebro cósmico, por así decir.
Para entender un poco de qué hablamos y como puede funcionar este tinglado, este artilugio fantástico y fantasmagórico -pero a la vez muy real-, tenemos que hablar de la luz y el misterio de los fotones, que la producen. Los fotones son los transmisores de información, de toda la información de universo, y tienen la cualidad de intercambiar información a través del “entrelazamiento cuántico”, que hace posible que un fotón esté en dos lugares a la vez. El gato de Schrödinger puede, no sólo estar vivo y muerto a la vez, sino estar vivo y muerto en dos lugares distintos a la vez.
La información, por tanto, se puede transmitir a distancia y a la velocidad de la luz. Es lo que puede hacer el ADN. Por aquí podríamos indagar algo sobre los misterios de la “intuición” y la “telepatía”, pero también sobre los enigmas de la “memoria genética”. Compartimos con todos los seres humanos casi el 100% de nuestro ADN. Sólo una pequeñísima parte nos diferencia y ésa es la que podemos atribuir a la información “cultural” contenida en el ADN, o sea, en partículas sincronizadas con un campo energético o cuántico heredado.
Todo en la naturaleza tiende a repetirse, pero de vez en cuando se producen pequeñas variaciones que dan lugar a mutaciones genéticas. Todo resuena en la naturaleza buscando su doble, su eco, su vibración, pero en esta búsqueda de su resonancia mórfica puede producirse un nuevo enlazamiento, una nueva combinación.
No piensen que soy un especialista, que he estudiado física cuántica, biología molecular o metafísica genética. Confieso que, aunque sé muy bien lo que digo, apenas entiendo de lo que hablo. Pero, y aquí está lo más interesante, tampoco los científicos que nos explican todo esto saben muy bien de lo que están hablando. Créanme, de verdad que saben poco más que usted o yo. Sí, lo cuantifican, lo someten a operaciones matemáticas y fórmulas que les permiten luego hacer experimentos para confirmar sus hipótesis. Se dejan llevar, y esto es lo más maravilloso. Pero de verdad de verdad, nadie sabe lo que es un fotón, ni cómo surge, ni de dónde ni por qué. Describimos lo que observamos, sabemos que observamos algo, pero nada más. ¿Qué es ese “algo”, de dónde sale y a dónde va? Eso ya pertenece a la literatura, por muy científica que sea.
Así que el ADN es un misterio. Un misterio fascinante que posee capacidades asombrosas todavía desconocidas que podemos llegar a conocer y desarrollar, aunque no sepamos bien cómo funciona, ni por qué funciona como funciona. Así el amor, así la vida, así la literatura. Incluso, así la política. Pero de esto hablaremos otro día.       






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